Ahora que estamos en la recta final de dietas milagros y otros portentos paranutricionales paso a recuperar esta sección del blog reflexionando, por enésima vez , sobre eso tan feo que es “ponersea dieta”. Los que nos dedicamos a esto de la Alimentación y la Nutrición sabemos que es mucho más fácil cambiar de religión que de hábitos alimentarios. Esta frase se le atribuye al Profesor Grande Covián,uno de los padres de la Nutrición y Dietética de este país y a quien, cuando de comer para perder peso se trata, no le falta razón. Hay más probabilidad de que uno se convierta con facilidad al Dukanismo, la dieta macrobiótica, la del folio del primer cajón, la de los sobrecitos con sabor a tortilla de espárragos o comience a adorar al alga espirulina, que invertir tiempo y ganas en cambiar su forma de comer. Y eso ¿por qué? ¿Son dietas con algún componente mágico capaz de desintegrar la grasa abdominal cual espada láser? ¿Es que el gurú de turno sabe algo de lo que no nos hemos coscado, el resto de los que nos dedicamos a esto? La realidad es que el sujeto en cuestión está absolutamente dispuesto a cambiar los macarrones con su tomate y demás complementos por un sobre que reza "Batido sabor macarrones con queso", creyendo que al seguir esas pautas perderá peso. Y así es, lo pierde. Pero no sin poner en riesgo su salud y recuperando lo perdido, además de algún kilito más de propina, al abandonar la dieta.
Mi mantra personal
Así que se demuestra, una vez más, que si se come menos de lo que se gasta, se pierde peso. Que si se pone fuerza de voluntad (hay que tener mucha para tragarse esos sobrecitos de proteínas), es posible perder peso. Por eso la clave en el tratamiento del sobrepeso y la obesidad es que el paciente quiera, desee, esté dispuesto y CREA que puede cambiar sus hábitos alimentarios, pero hacia la dirección correcta, para siempre, en la salud y en la enfermedad, todos los días de su vida. La buena noticia es que para conseguirlo no está solo, dispone de profesionales cualificados llamadosdietistas-nutricionistas(que no dentistas) que enseñan a comer y educan en hábitos alimentarios saludables, de forma contraria a lo que hacen esos embaucadores de la rapidez y lo proteínado, que entregan un papel fotocopiado que si el paciente sigue a rajatabla, sin pensar ni cuestionarse si eso le gusta o no, o por qué unos alimentos sí y otros no, consiguen que se baje de peso.
Pero enseñar a comer... Ah! amigos! eso cuesta tiempo, paciencia, dinero, y una fuerza de voluntad y responsabilidad por parte de quien tiene que hacer ese cambio que no siempre se está dispuesto a pagar semejante esfuerzo titánico. De ahí lo atractivo de los resultados rápidos, mágicos y milagrosos. Ese es el fracaso del tratamiento de la obesidad, con su efecto rebote incluido, y el éxito de tanta "dieta" con nombre y apellido. Aún recuerdo la vez que envié a una paciente a "buscar milagros a Lourdes" cuando se me puso hecha un cisco porque"sólo" había perdido kilo y medio la primera semana de dieta. Desde luego no volvió, pero me dio igual...
Y es que siempre es mejor echar la culpa de lo que nos pasa a los demás, y en con el sobrepeso y la obesidad pasa igual. Les echamos la culpa a las "grasas industriales", a los "químicos" de los alimentos, a la mal llamada comida basura, pero nos olvidamos de la responsabilidad que tenemos cada uno para con nuestra salud. Me gustaría saber cómo sería el cuento si en los telediarios, en lugar de contarnos las personas que se han matado en un accidente de tráfico cada fin de semana por exceso de tráfico, nos informasen de los que se han muerto por un infarto de miocardio por tener las venas obturadas de colesterol, por un cáncer debido a que no comía fruta ni verdura, o se les han tenido que amputar un pie por una diabetes mal controlada. Y no sólo nos contaran eso, sino el coste que han tenido estas personas para la sanidad pública. No olvidemos que las enfermedades que vivimos en Occidente están relacionadas con estilos de vida poco saludables.Y dicho esto, cierto es que hay personas que no disponen de toda la educación ni de los recursos para realizar elecciones alimentarias totalmente acertadas e independientes de influencias externas negativas, pero que nadie intente convencerme de que la gran mayoría de la población no sabe que atiborrarse a dulces es malo para la salud, abusar del alcohol es malo para la salud, ponerse fino de embutidos día sí y otro también es malo para la salud o que la práctica del deporte nacional, el sillón ball, puede enemistarnos con la báscula. O que las frutas y verduras son saludables, que la fibra hace mucho bien a nuestro cuerpo o que los frutos secos tienen cosas buenas, aunque no se sepan cuáles.
La soledad de la ensalada
Como primer paso hacia una alimentación respetuosa con la salud de uno mismo, dejemos de hablar de dietas. O al menos utilicemos esta palabra con el sentido que le dio su creador, Hipócrates, quien relacionaba la alimentación con la actividad física, entendiendo la dieta como un estilo de vida. La dieta presentada como restricción, comida de enfermos o como definición de libro de texto suena fea y aburrida. Por eso no es de extrañar que a uno le entre los mil males cuando le dicen que se tiene que poner a dieta. Comer tiene que ser un momento feliz y de placer, por mucho que se tenga que adelgazar o se deba tratar una enfermedad (ya hablaremos algún día de las comidas de las personas enfermas y, en particular, de las hospitalizadas). Y añadiría también que comer implica cocinar y sentir la belleza de transformar algo que resulta prácticamente incomestible en toda una experiencia sensorial... Así que cambiemosel chip, apliquemos el sentido común cuando de comer se trata, entremos en las cocinas, con grandes y pequeños, recuperando las tradiciones y regalándoselas a los que vienen detrás. Y sobre todo, apliquemos el sentido común y seamos responsables para con nosotros mismos. Nadie, absolutamente nadie va a cuidarte tanto como tú mismo.
Termino esta sección de hoy con Beach House y su tema Take Care (Cuidar), un dúo de Baltimore que hace una música catalogada en lo que se conoce como "dream pop", un estilo de rock alternativo suave, ensoñador y atmosférico. La canción habla en realidad de cuidar a alguien, más que a uno mismo, pero es que es tan bonita que no he podido dejar de pensar en ella al escribir esto. Que la disfrutéis.
Standbeside it, we can't hide the way it makes us glow
It'sno good unless it grows, feel this burning love of mine
Con esta entrada participo en el III Carnaval de Nutrición que aloja Scentia
“Esta
entrada participa en la III Edición del Carnaval de la Nutrición,
organizado por el blog Scientia”
Resulta
que toca ya el III Carnaval de Nutrición que alberga esta vez
Scentia, el fabuloso blog de José Manuel López Nicolás. No falta mucho para que
se cumpla un año de la primera edición, en la cual participé
con este post y con el que, tengo que reconocer, me lo pasé teta. Por eso mi ausencia en la segunda edición sobre mitos alimentarios
no hace más que llevarme a buscar el tiempo debajo de las piedras
para participar en esta tercera campaña. Cada Carnaval tiene una
temática, y para ésta propone José la “Multidisciplinariedad
científica en el desarrollo de la Nutrición Humana”. Ea, se habrá quedado a gusto el señor López. Bien, en cualquier caso, no
puedo estar más de acuerdo en que la Nutrición es una ciencia
multidisciplinar, que se relaciona con otras muchas: desde la
Biología a la Física, pasando por la Química, las Matemáticas o
la Medicina, pero también con otras disciplinas como la Antropología, la Sociología o la Gastronomía, por citar unas cuantas. Cosa seria diría yo. Dicho
esto, acepto el reto de este III Carnaval de Nutrición y voy a ver
si soy capaz de superarlo multidisciplinariamente, mientras divago sobe la importancia de los sabores en la alimentación humana y cómo éstos pueden determina (o no) el equilibrio alimentario. No hay que olvidar que sin los sabores y aromas
de los alimentos, esto de comer sería un auténtico peñazo.
Fisiología
del gusto:
¿Por
qué comemos? Fundamentalmente para mantenernos vivos, crecer, desarrollarnos y perpetuar la especie. Biología pura y dura amigos, así aquí no hay discusión que valga. Pero, ¿por qué comemos lo que
comemos? Ah! Aquí ya entran a jugar otros condicionantes: cultura,
religión, familia, economía, educación... y sabor, que viva el
sabor!
El
sabor es un poderoso determinante de la elección de alimentos,
siendo el resultado de un complejo sistema sensorial químico: el
gusto y el olfato. Decía Brillat-Savarin en su “Fisiología
del gusto”, que “el gusto es el sentido que nos pone en
relación con los cuerpos sápidos, por medio de la sensación que
éstos provocan en el órgano destinado a apreciarlos”.
Este órgano es la papila gustativa, y no tenemos sólo una, sino
unas cuantas alojadas en la lengua y en el paladar blando. Sin embargo, en la actualidad sabemos que en la determinación de los sabores, entra en juego otra parte de nuestra anatomía, que veremos en breve.
El
sentido del gusto permite al cerebro monitorizar la presencia de
sustancias químicas (sí los alimentos están formados por
sustancias químicas, como la glucosa -azúcar-, glutamato
-aminoácido esencial-, cloruro sódico – la sal de toda la vida-,
el ácido cítrico -que tan bien le hace a las naranjas y limones,
etc). Decía que el sentido del gusto permite detectar las sustancias
químicas presentes en la boca y así desencadenar respuestas de
aceptación o rechazo que van desde la más pura deglución, hasta el
éxtasis casi orgásmico que sienten algunos con determinados
alimentos. Aunque no todo son momentos de vino y rosas, no olvidemos esas muecas de asco que ocasionan ciertos
sabores o incluso la expulsión con más o menos elegancia del
alimento de la boca cuando éste no nos gusta.
Continuando con la percepción de los sabores, hay que destacar que no sólo de gusto vive el hombre. No hay que olvidar el papel tan
importante que ejerce el sentido del olfato, puesto que está
íntimamente relacionado con el del gusto y, por ende, al estado
nutricional y a las preferencias alimentarias. Sensaciones que generan alimentos
como el ajo, chocolate, anís o limón están atribuidas erróneamente
al sentido del gusto. La realidad es que sólo un pequeño número de
cualidades sápidas primarias son percibidas por la lengua: dulce,
salado, amargo, ácido y umami. Recordad
que el umami es la forma chachi con la que se le da nombre al sabor
que tiene el glutamato (para los temerosos del glutamato, aquí os
dejo esta breve, pero interesante entrada del blog La Margarita se Agita, sobre este aminoácido esencial).
Volviendo
al tema de los olores, las sensaciones olorosas abarcan miles de
cualidades diversas, incluyendo los aromas descritos en el párrafo
anterior. El sistema olfativo posee unos receptores en la parte alta
de la cavidad nasal que se estimulan no sólo cuando se huele algo
directamente, sino también cuando se come. Resulta que las moléculas
responsables de los aromas de los alimentos son capaces de alcanzar
esos receptores desde la boca, entrando por la faringe. Es lo que se
conoce como estimulación retronasal y es la responsable de las
sensaciones aromáticas que tenemos cuando comemos un alimento, incluyendo el retrogusto que nos dejan algunos alimentos y bebidas, como el vino. Las
señales olfativas combinadas con las gustativas llegan al cerebro
para interpretar el sabor del alimento que tenemos en la boca. Así
que no solo degustamos con la boca, sino también con la nariz, de ahí que cuando estemos resfriados y con la nariz tapada, no seamos capaces de percibir los sabores de los alimentos.
El
sentido del gusto de nuestros intestinos
Durante
el curso de la evolución, el cuerpo humano ha desarrollado múltiples
formas para detectar los nutrientes y compuestos químicos de forma eficiente, por un lado
para ser utilizados como fuente de energía y por el otro para evitar
venenos. A parte del sentido del gusto del que ya hemos hablado, hay
otro sistema implicado en este proceso: el sistema gastrointestinal.
Sí, señores, nuestros intestinos son capaces de saborear el azúcar
que les llega con el café. Bueno, quizás exagero en eso de
saborear, pero lo cierto es que los investigadores han hallado en el
tracto gastrointestinal componentes que participan en la señalización
del gusto. Se han detectado también receptores del sabor amargo en
el estómago y en las células enteroendocrinas (que vienen siendo
las células que revisten el tracto gastrointestinal, de orificio a
orificio), y parece ser que también podría haber receptores para el
sabor umami. Y esto, ¿por qué? ¿También somos capaces de saborear
el chuletón de turno a través del intestino? La cosa no va por ahí,
no. Parece ser que nuestro sistema digestivo utiliza el mismo
mecanismo por el que se transmiten las señales del gusto desde la
boca al cerebro, pero esta vez para transmitir información
nutricional. Es decir, avisarían de que, por ejemplo, nos acabamos
de comer una cupcake son su sobredosis de frosting, y que estamos
siendo víctimas de una ataque azucarero en toda regla. Con este aviso y, en el caso del ejemplo, el cerebro que es muy listo, mandaría la señal para que se
libere insulina y evitar así un subidón de azúcar.
Educar
el gusto: educación alimentaria
Antes
de nacer ya somos capaces de detectar sabores y olores. El feto
dispone de receptores del sabor y olor funcionales desde la semana
24. Durante el final del embarazo, el bebé traga grandes cantidades
de líquido amniótico, siendo éstas sus primeras experiencias
quimiosensitivas y marcando el inicio del “aprendizaje del sabor”.
De ahí que la alimentación de la madre durante el embarazo y la
lactancia sea un pilar fundamental para el desarrollo del futuro
niño, no sólo por las implicaciones propias en el desarrollo
corporal, sino porque la exposición a una gran variedad de sabores y
aromas hará que durante la infancia y la edad adulta se facilite la
introducción de nuevos sabores, haciendo que la alimentación sea
más variada. Éste es un beneficio más de la lactancia materna a tener en
cuenta, ya que la alimentación con fórmula somete a los bebés a
sabores constantes desde su nacimiento y hasta la introducción de
alimentos.
Educar
el sentido del gusto desde la infancia es fundamental para favorecer
conductas alimentarias saludables en la edad adulta. Por ejemplo, nadie duda del
papel protector que ejercen las frutas y verduras sobre la salud. Sin
embargo, muchas de ellas (sobre todo verduras), tienen un sabor
amargo que puede generar rechazo en los niños cuando son expuestos
por primera vez a ellas. Pero, por otro lado, evitar la exposición a sabores de alimentos
saludables en la infancia puede tener consecuencias negativas en el futuro. Es
cierto que existe un componente genético en la aceptación de los
sabores, pero se sabe que el sentido del gusto tiene una plasticidad
que interacciona con las experiencias vividas en edades tempranas
permitiendo modificar y modelar las preferencias de aromas, gustos y,
por tanto alimentos. Así que si tu niño no quiere comerse el puré
de verduras, ten paciencia, empieza con poca cantidad de verdura, con
aquellas de sabores más suaves y dulces e incrementa poco a poco el contenido
de verduras y la variedad. Los sabores y aromas de los alimentos no sólo sirven para que los niños eduquen su paladar, también pueden ser utilizados en los adultos que quieren perder peso. Sí señor, basta ya de dietas que no cuidan el paladar. Según la definición de alimentación saludable del GREP-AEDN, ésta debe ser, entre otras cosas, palatable. Es decir, ha de ser sabrosa, ha de estar buena, tiene que hacernos disfrutar. Y eso no debería de dejarse de lado cuando de perder peso se trata. Está demostrado que una dieta adaptada a los gustos y preferencias de la persona en cuestión es mucho más eficaz para perder peso a largo plazo que una más restrictiva, monótona e insulsa. Así que ahora que estamos en plena #operaciónlorza, apliquemos el sentido común y si hay que perder peso, que se haga con gusto.
El gusto es mío: genética
del gusto
Entender
por qué comemos y los factores motivacionales que nos llevan a
seleccionar un tipo de alimento u otro es fundamental para el
tratamiento de patologías como la obesidad o la diabetes.
No
todas las personas perciben el sabor de la misma forma ya que existen
diferentes factores que contribuyen a su percepción:
Densidad
de las papilas gustativas en la lengua: posiblemente la densidad
esté determinada genéticamente.
Diferencias
genéticas en los receptores del sabor.
Sensibilidad
de los receptores del sabor.
Constituyentes
de la saliva.
Continuando
con las preferencias alimentarias, es importante destacar que éstas
están influenciadas por el sabor dulce y el amargo. Esto es así
porque el sabor dulce está asociado a lo “nutritivo”, mientras
que el amargo es el sabor relacionado con los venenos. Por eso nos
gusta tanto lo dulce y lo amargo crea rechazo. Pero además, estas preferencias están determinadas genéticamente. Por ejemplo existen
personas que están predispuestas a percibir el sabor amargo de forma más acentuada,
por lo que no les gusta determinados alimentos que incluyen frutas y
verduras como las coles de bruselas y el brócoli, o bebidas como la
tónica o la cerveza.
Volviendo al sentido del olfato, la
familia de receptores olfativos contiene alrededor de 400 genes en el
genoma humano. Cada receptor se une a un grupo de sustancias
químicas, permitiendo que se reconozcan olores o sabores
específicos, pero éstos también pueden tener diferencias genéticas, de forma que también juegan un papel importante en cómo percibimos los sabores
y aromas.
Cilantro a gó-gó
Como
ejemplo de la influencia genética en la percepción del gusto, he aquí la curiosa historia del cilantro. El
Coriandrium
sativum,
es la planta del cilantro o coriandro y es un componente importante
en la cocina de muchas culturas, sobre todo de la Sud-Asiática,
donde se usan las semillas y las hojas, y la Latinoamericana, donde
la hoja es la parte de la planta más utilizada. Pero aunque sea una
hierba que nos suene a moderneces exóticas, Plinio el viejo, un
señor naturalista que por su apodo ya nos hace pensar que vivió en
la Antigua Roma, decía que cuando el cilantro era verde, poseía
propiedades refrescantes ante las altas temperaturas. Quizás por eso, se utilizara en algunos platos como el
“moretum”, una especie de pesto hecho con varias hierbas, entre
las que estaba el cilantro, además del queso y el ajo.
Volviendo al tema que nos ocupa, el
cilantro es de las hierbas culinarias más polarizantes que existen.
Se sospecha, aunque no está probado, que el desagrado hacia el
cilantro está ocasionado por el olor, más que por el sabor y que se aceptación, o no, tiene un componente genético importante. Su
aroma se describe a menudo como acre o jabonoso y está formado por
una serie de componentes aromáticos que consisten en varios tipos de
aldehídos, unos que se describen como afrutados, verdes y acres, y
otros como jabonosos, grasos o “tipo cilantro” (vamos, que el
aroma es muy, pero que muy específico para la planta).
Se ha descrito que las personas que detestan el cilantro tienen una variación (polimorfismo) en un gen de los
receptores olfativos que les permite detectar los
aldehídos que hacen que se describa el aroma del cilantro como
jabonoso. Así que si te ofrecen un plato con cilantro y no te gusta,
siempre puedes echarle la culpa tus genes. También es verdad que hay
personas que al principio no les gusta el cilantro y que
posteriormente pasan a apreciarlo. Y es que los factores ambientales
también pueden modular nuestras preferencias alimentarias, pero ese
es otro cantar que dejaremos para posts futuros.
Reconozco
que la primera vez que probé el cilantro no me dejó indiferente y me causó cierto rechazo que he superado a base de incluirlo
en diferentes platos. Ahora me encanta ese frescor que da a los
platos, sobre todo a ensaladas y verduras frescas.
El
cilantro y la gastronomía:
Como decía un poco más arriba, la hoja del cilantro se utiliza en la cocina latinoamericana de forma habitual. En
Chile existe una receta encumbrada casi al cielo de los platos nacionales, llamada pebre cuchareado, o pebre, así a secas. Se trata de una
salsa que se utiliza bastante en lo que al otro lado del charco denominan
asados. La una receta la probé no hace mucho, en un asado primaveral con amigos entre los
que se encontraban unos chilenos que nos obsequiaron con un pebre
delicioso. Se come utilizando rebanadas de pan a modo de cuchara,
junto a la carne asada o incluso lo añaden al caldo para obtener una
deliciosa y reconstituyente sopa. Con el que ha sobrado, me he preparado un túper con una patata cocida y el pebre, así fresquito a modo de ensalada... voy a ser la envidia de toda la oficina!
El
pebre se hace con tomates, cebollas, ajo y, cómo no, cilantro. Se
aliña con aceite, vinagre blanco y/o zumo de limón, sal gruesa y
ají (chile). Así que sin más dilación, paso a contaros cómo se
hace el pebre cuchareado mientras os dejo con Hate
the Taste de
Black Rebel Motorcycle, un temazo rockanrollero que habla de esas
veces en las que no te gusta algo pero lo sigues haciendo, probando,
oliendo, cantando...
Poner
un cazo con agua a calentar para escaldar los tomates. Quitarles el
tallo y practicarles un corte en forma de cruz en la base. Cuando el
agua hierva, introducirlos durante 1-2 minutos. Retirarlos con una
cuchara, pelar y picar cuando se hayan enfriado (puedes retirarles
las pepitas si lo prefieres)
Pelar
la cebolla y picarla bien fina.
Machacar
un diente de ajo en el mortero.
Lavar
el cilantro y picarlo.
Añadir
todos los ingredientes en un bol y aliñar con el aceite, el
vinagre, el zumo de limón y la sal al gusto.
Si
te van los sabores fuertes y originales, debes añadir entonces un
chile picado o una cayena picadita en su defecto.
Se
acompañan con rebanadas de pan, pero yo he preparado esta especie
de tortas con una masa de coca
que me había sobrado.
Con la llegada de la primavera aterriza el nuevo número de Cuquin Magazine, una edición donde el arroz cobra protagonismo junto con recetas primaverales cargadas de verde, campo y sol, repostería para hacer en casa y entretenidas entrevistas a estrellas de la blogosfera nacional e internacional.
En este número he participado con un arroz especiado con pollo y cebolla caramelizada, que quita el sentido y que podéis ver en la página 14. Pero ahí no queda todo, también he preparado un sandwich de berenjena y espárragos verdes para la página 37. Además, en la página 82 encontraréis el ya tradicional artículo sobre alimentación y salud, donde os hablo de la Dieta Mediterránea, ese tesoro que tenemos a nuestro alrededor y somos incapaces de aprovechar como toca. Aquí tenéis la portada. Os invito a que naveguéis por sus páginas y disfrutéis con su lectura... que aproveche!! :)
Acudir
a un concierto de alguien que no conoces, o de quien has escuchado
poco su música es todo un riesgo para el bolsillo y para los oídos.
Pero ir a un concierto de un estilo músical del cual no eres muy
fan es una aventura digna de “Al filo de lo imposible”. Aquí te
la juegas a doble o nada, y es que puede ser que triunfes con la
elección y te conviertas a la religión del grupo en cuestión, o
que te lleves tal decepción que te maldigas una y otra vez
diciéndote eso de “quien me mandaría a mí, con lo bien que
hubiese estado en el sofá de casa”. Pues algo parecido me pasó
con Atoms for Peace. Resulta que Thom Yorke, el cantante de Radiohead, tiene varios proyectos musicales uno de los cuales es el susodicho grupo,
en el cual participan también Flea, bajista de los Red Hot Chilli
Peppers, el productor de Radiohead Nigel Godrich, Joey Waronker y
Mauro Refosco, todos ellos tocando sus respectivos instrumentos. Pues
bien, lo que yo entendí como concierto de dicho grupo se convirtió
en un DJ set de Nigel a los platos (o botoncicos, que para el caso es
lo mismo) y Thom a las voces y, en algún momento, a la guitarra. Tenía claro que no iba a ver a Radiohead, Dios me libre, pero lo que me encontré fue una sesión de música electrónica que me dejó más chafada
de lo que llegué. Parte
de la culpa es mía, desde luego, por dejarme engatusar por el nombre
de Thom Yorke y Flea, por ese frikismo puro y duro que se me puso en
las entrañas y que me dijo eso de “cómo te ibas a perder a Thom y
a Flea juntos en el mismo escenario y tenerlos a pocos metros de ti”.
Y por no hacerle caso a las señales: el concierto era en la sala
Razzmatazz, siempre con problemas de sonido (y así fue, por enésima
vez, al menos durante las primeras canciones), el disco no es que terminase de emocionarme y, para más inri, llegué con un cansancio
acumulado de varios días intensos de trabajo. Tanto es así, que a
punto estuve de revender mi entrada. Pero ese demonio friki me dijo
que me quedara, y terminé haciéndole caso.
Thom Yorke
Vaya
por delante que la música electrónica y yo no somos muy amigas. Si
me sacan de los Chemical Brothers, Daft Punk o el Justice de turno,
me siento como un pingüino en un garaje. O en una rave. O en el
Sónar, que es peor. Y así estuve, intentando entrar en la música
de Thom y en sus espasmódicos bailes a lo Lotus Flower,
pero sin llegar a conseguirlo. Desde luego, quienes se lo pasaron
teta fueron Thom y Nigel. El primero, bailongo y exhibicionista,
paseándose escenario arriba, escenario abajo y despertando la
histeria colectiva de todos los fans. El segundo, parapetado tras la
tecnología, sonriente y comentando con Thom no sabemos qué.
Así que sin
acabar de verle el sentido a la sesión musical, terminé por
decidir marcharme a casa antes de que terminaran, con la sensación en el cuerpo de haber tenido a menos de diez metros a uno de los mayores
artistas musicales de los últimos tiempos, pero con esa decepción
que te llevas cuando le pones todo el empeño e ilusión a un
lustroso tomate, y apenas puedes percibir su sabor.
Aquí
os dejo el video de Ingenue, el tema con el que abrieron el
concierto.