Acudir
a un concierto de alguien que no conoces, o de quien has escuchado
poco su música es todo un riesgo para el bolsillo y para los oídos.
Pero ir a un concierto de un estilo músical del cual no eres muy
fan es una aventura digna de “Al filo de lo imposible”. Aquí te
la juegas a doble o nada, y es que puede ser que triunfes con la
elección y te conviertas a la religión del grupo en cuestión, o
que te lleves tal decepción que te maldigas una y otra vez
diciéndote eso de “quien me mandaría a mí, con lo bien que
hubiese estado en el sofá de casa”. Pues algo parecido me pasó
con Atoms for Peace. Resulta que Thom Yorke, el cantante de Radiohead, tiene varios proyectos musicales uno de los cuales es el susodicho grupo,
en el cual participan también Flea, bajista de los Red Hot Chilli
Peppers, el productor de Radiohead Nigel Godrich, Joey Waronker y
Mauro Refosco, todos ellos tocando sus respectivos instrumentos. Pues
bien, lo que yo entendí como concierto de dicho grupo se convirtió
en un DJ set de Nigel a los platos (o botoncicos, que para el caso es
lo mismo) y Thom a las voces y, en algún momento, a la guitarra. Tenía claro que no iba a ver a Radiohead, Dios me libre, pero lo que me encontré fue una sesión de música electrónica que me dejó más chafada
de lo que llegué. Parte
de la culpa es mía, desde luego, por dejarme engatusar por el nombre
de Thom Yorke y Flea, por ese frikismo puro y duro que se me puso en
las entrañas y que me dijo eso de “cómo te ibas a perder a Thom y
a Flea juntos en el mismo escenario y tenerlos a pocos metros de ti”.
Y por no hacerle caso a las señales: el concierto era en la sala
Razzmatazz, siempre con problemas de sonido (y así fue, por enésima
vez, al menos durante las primeras canciones), el disco no es que terminase de emocionarme y, para más inri, llegué con un cansancio
acumulado de varios días intensos de trabajo. Tanto es así, que a
punto estuve de revender mi entrada. Pero ese demonio friki me dijo
que me quedara, y terminé haciéndole caso.
Thom Yorke |
Vaya
por delante que la música electrónica y yo no somos muy amigas. Si
me sacan de los Chemical Brothers, Daft Punk o el Justice de turno,
me siento como un pingüino en un garaje. O en una rave. O en el
Sónar, que es peor. Y así estuve, intentando entrar en la música
de Thom y en sus espasmódicos bailes a lo Lotus Flower,
pero sin llegar a conseguirlo. Desde luego, quienes se lo pasaron
teta fueron Thom y Nigel. El primero, bailongo y exhibicionista,
paseándose escenario arriba, escenario abajo y despertando la
histeria colectiva de todos los fans. El segundo, parapetado tras la
tecnología, sonriente y comentando con Thom no sabemos qué.
Así que sin
acabar de verle el sentido a la sesión musical, terminé por
decidir marcharme a casa antes de que terminaran, con la sensación en el cuerpo de haber tenido a menos de diez metros a uno de los mayores
artistas musicales de los últimos tiempos, pero con esa decepción
que te llevas cuando le pones todo el empeño e ilusión a un
lustroso tomate, y apenas puedes percibir su sabor.
Aquí
os dejo el video de Ingenue, el tema con el que abrieron el
concierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario